Al fin llegó el 2 de diciembre, el día en que por primera vez iba a ver a Patrick Watson en directo. Llevaba tanto tiempo tachando días en el calendario, que estuve todo el día en la librería dando vueltas de aquí para allá simulando hacer cosas sin hacer nada. Mi cuerpo estaba allí como todos los días laborables, ordenando libros como un robot y abriendo y cerrando la caja registradora, pero mi cabeza andaba de fiesta entonando canciones mientras esperaba la ansiada hora. Menos mal que mi jefa es una melómana empedernida y me concede flexibilidad de horarios siempre que acontecen eventos musicales, recupero horas otro día y ambas tan contentas.
A las ocho de la noche salí corriendo de allí hasta llegar a Bikini, donde me esperaban Elena y Dafne. Mientras Elena fumaba un cigarro y nos poníamos al día de nuestras novedades cotidianas la gente iba entrando a la sala. Cuál fue nuestro asombro al ver los problemas que tuvo Patrick Watson para entrar al recinto junto a su mujer y su hijo. Los tipos que vigilaban la puerta no lo conocían y tuvieron problemillas con el idioma para entenderse, hasta que no se produjeron unas llamadas el cantante estuvo esperando en la puerta a que le dejaran pasar para actuar en su propio concierto. Patético.
Cuando entramos a Bikini estaba tocando como telonera Maria Coma. Te haría una pequeña reseña pero justo llegamos cuando estaba ya acabando la última canción, se puso a recoger sus instrumentos y salió la banda Patrick Watson (la banda al completo, algo que me llamó muchísimo la atención) a colocar los suyos.
A las 21.34, puntuales, empezaron el concierto. Y qué manera de empezar, al son de “Firewood” con las luces de toda la sala apagadas y únicamente cuatro pequeños focos que alumbraban la cara de cada uno de los miembros de la banda desde abajo, provocando el efecto de estar alumbrados por la luz de una hoguera. La canción inundó la sala poco a poco, parecía música celestial que fuera abrazándote de a poco y que la banda fueran dioses que se iban a elevar hacia el cielo de un momento a otro. Sencillamente espectacular Chloé. Eso fue sólo el inicio, el ritmo brutal y conmovedor se mantuvo durante todo el concierto. Las canciones se iban sucediendo y la sala, injustamente (hablando de justicia poética) llena sólo hasta la mitad, se convertía en un sitio maravillosamente acogedor con seres hipnotizados por canciones encantadas. Patrick Watson, Simon Angell, Robbie Kuster, y Mishka Stein iban cambiando de instrumento y parecían niños buscando otro juguete que les divirtiera más. Un movimiento constante en el escenario que hace que no sepas dónde mirar para no perderte nada de lo que ocurre, pero es imposible, no sé decirte todos los instrumentos y objetos que usaron.
En un momento del concierto, Patrick Watson se puso un extraño aparato en la espalda y el resto de la banda se hizo con objetos varios y bajaron del escenario sumergiéndose entre el público. Y justamente pararon al lado de donde estábamos nosotras. Allí se pusieron a cantar a capella junto al público. Todas las voces tenían la misma potencia y ellos disfrutaban, se reían y bromeaban. Aman la música y se nota. Patrick Watson se subió encima de dos sillas para que todo el mundo lo pudiera ver y dirigió a todo el público como un director de orquesta. Fue un momento espectacular.
No recuerdo las canciones que tocó, ni si quiera recuerdo si faltó alguna de mis favoritas. Sólo sé que salí de Bikini cantando, bailando y con ganas de más. Porque si a algo le tengo que poner pegas, es que sólo duró 1 hora 30 minutos, y lo bueno si dura más, dos veces bueno.
Una cosa Chloé, la próxima vez que vengan no te lo pierdas. Perderse a Patrick Watson en directo es imperdonable.
GRETA
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