La culminación de Micah P. Hinson


Micah P. Hinson ha sacado nuevo disco. Pensaba escribir algo sobre él después de andar estos días escuchándolo de manera compulsiva, pero hoy he leído esta nota de prensa y creo que no tengo nada más que añadir.
Micah P. Hinson no era nadie en 2004. Hablamos de música. Como persona, ya se ha escrito mucho –desde Houston Party asumimos la parte que nos toca en la creación de su leyenda- sobre quién era o había sido antes. Que si la mujer fatal, que si qué malas son las drogas y que si la prisión o dormir donde te dejas caer. Que si la existencia vagabunda y nauseabunda. Pero en septiembre de 2004 sacó su primer disco, el convertido ya en obra de culto “Micah P. Hinson And The Gospel Of Progress”, en el que sonaba como un cachorro criado entre rejas que por fin veía y sentía la vida fuera de los barrotes de la jaula, y dejó de ser nadie. En aquellos surcos había, básicamente, dolor. Y ganas de dejarlo atrás. Desde entonces hemos ido asistiendo, disco a disco, a ese proceso. El de desprenderse de la mala vibración. Hasta llegar aquí, a este “Micah P. Hinson And The Pioneers Saboteurs” que culmina su ascenso a la montaña. El dolor aquí ya es otra cosa. Su existencia también. Sabemos que se casó –su disco matrimonial, “Micah P. Hinson And The Red Empire Orchestra” (2008)- y le sentó bien, y que su dieta de calmantes le ha permitido sobreponerse a un accidente que le ha dejado una vértebra casi del revés. Son hechos que han dado a su música y a su manera de expresarse otro aire. Adiós al grito externo. Al John Lennon de “Mother”. Hola al Leonard Cohen bastardo de Abilene (Texas), que dejó de rebuscar en los contenedores de su alma, tan agitados, para infiltrarse como actor de reparto en los melodramas de Scott Walker y Lee Hazlewood. Bienvenida sea, a partir de ahí, esta nueva tranquilidad retorcida, que se extiende a lo largo y lo ancho con arreglos que pellizcan. Que van de las distorsiones a lo Jim O’Rourke –el inicio de “2s And 3s”, la primera mitad de “The Returning”, que cierra el disco con una coda de cuerdas que dispara al corazón- a los martillos industriales –“Watchers, Tell Us Of The Night”- y agitan la paz del baile en su pop de raíz y cámara. En su mayoría, los suyos son bailes a ritmo de vals –ahí se eleva “She’s Building Castles In Her Heart”, preciosa-. No es su única senda, pues de la mano de un productor inquieto, Matt Pence (batería de Centro-matic), que en varias canciones utiliza el estudio como si fuera un músico más de la banda, la abandona para mostrarse sonámbulo en un coche conducido por Angelo Badalamenti -“The Cross That Stole This Heart Away”- y para firmar esas declaraciones de cantautor casi desnudo que tanto gustan a Connor Oberst –“Take Off That Dress For Me”, “My God, My God”-, en las que su voz de barítono retumba, como le pasaba a Johnny Cash, más cerca de la mítica estadounidense que del confeso contusionado. Seis años después de su debut ya puede escribirse esto de él.

Bueno, sí quiero añadir algo, bravo señor Micah.


GRETA

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